Cita textual

Este cuento obtuvo el primer premio en el primer certamen de
narrativa breve del Centro Cultural Julio Cortazar año 2003



Genéticamente heredé de mi abuelo paterno su sonrisa, sus cejas arqueadas y el tono de su piel. En el plano material sólo conservé de él una pieza de metal que perteneció, según dijo al entregármela, al gramófono de Leopoldo Marechal. Desconozco si conoció al escritor y tampoco supe nunca cómo llegó a sus manos el aparato musical del que me dejó sólo una parte.
El objeto metálico, redondo y simple, era conocido con el nombre de pick up. En él se colocaba, ajustada por un pequeño tornillo, la púa que recorría los surcos de los discos y que, según me refirió un tío, cuando no se conseguía era reemplazada con éxito por una espina.
El hecho es que mantuve durante años en un cajón, envuelta en el mismo papel en que me fue dada, la fría pieza de metal. Me había olvidado totalmente de su existencia hasta que mi hijo Sebastián, buscando no recuerdo qué cosa, la encontró. Me preguntó qué era y le conté la historia. Le pareció increíble asociar un elemento cotidiano con un escritor famoso del que se hablaba tanto en virtud que se cumplían cien años de su nacimiento, motivo por el cual se le rindieron varios homenajes durante el transcurso del año dos mil.
Mi hijo me pidió un libro de Marechal y le entregué ’Adán Buenos Ayres‛ que tenía en mi biblioteca para que lo hojeara. También le entregué el objeto heredado diciéndole que podría servirle como amuleto para sus estudios.
Sebastián desayunaba leyendo y se acostaba a la noche con el libro en sus manos, cautivado por la obra. Empezó a llamar portapúa al pick up que mantenía en sus manos mientras leía, como estableciendo una comunicación con el escritor. Me causaba sorpresa que una historia del Buenos Aires de ayer lograra la atención de un joven acostumbrado a los juegos de computadora y a Internet y que, pese a la rebeldía de sus trece años, disfrutara de un clásico de nuestra literatura.
A los pocos días, al entrar a su habitación observé el libro sin abrir sobre la mesa de luz y se lo hice notar.

— Ya no leés más, por lo que veo –comenté poniendo la mano sobre el libro.
— No viejo –dijo sin mirarme– ya terminé de leerlo.
— ¿Ya lo terminaste?
— Si. Ah, hablando del tema, tenés que firmar una nota en el cuaderno de comunicaciones –agregó mientras continuaba recostado panza arriba en su cama.

Sin demasiada expectativa comencé a leer: “solicitamos su presencia para informarlo sobre expresiones de su hijo en el aula”. Le pregunté a Sebastián qué había pasado y me contestó simplemente que en la clase de lengua él había citado a Marechal y la maestra se sorprendió mucho.
Durante la cena comenté el tema con mi señora y coincidimos en suponer que nos felicitarían por la actitud de nuestro joven lector.
A la mañana siguiente, mientras desayunaba antes de ir al colegio por la citación, no pude evitar imaginarme a la maestra acompañada por la directora, alabando ambas al alumno que en séptimo grado había aludido a un gran escritor contemporáneo. Supuse también que me aconsejarían que incentivara las condiciones literarias de Sebastián y, debo confesarlo, tuve en ese momento la certeza que elegirían a mi hijo para escribir las palabras para el acto de fin de curso y que él mismo las leería luego de dejar, momentáneamente, la bandera de ceremonias en manos del primer escolta.
Busqué Adán Buenos Ayres para hojearlo unos instantes pero no lo pude ubicar y partí hacia la escuela. Cuando llegué la maestra estaba muy seria y me recibió en el patio y de pie. Su cara no se condecía con lo que yo esperaba oír. Me dio la mano y me preguntó sin más:

— ¿Le contó su hijo por qué lo cité?
— Temo que no me lo aclaró del todo –contesté titubeando y a la defensiva.
— ¿Qué es lo que no le aclaró? –me dijo ásperamente.
— Bueno, en realidad él me comentó que había citado a Marechal, el escritor –susurré.
— ¿A Marechal? –preguntó la mujer casi gritando mientras fruncía el ceño sorprendida y sin entender.
— Eso es lo que Sebastián me dijo, le aseguro.

La maestra giró dirigiéndose al aula con paso nervioso moviendo los brazos como en desfile militar. Volvió enseguida acompañada por mi hijo que arrastraba sus zapatillas desabrochadas, traía una bolsa en la mano y se mordía los labios como escondiendo una sonrisa. Yo conocía muy bien esa expresión que logró rápidamente que la imagen de abanderado comenzara a desdibujarse.
La maestra metió ambas manos en los bolsillos de su guardapolvo mientras golpeteaba en el piso la punta de su zapato derecho, algo adelantado con respecto al izquierdo. Al instante, luego de alzar el mentón en forma exagerada, dijo con voz de docente:

— A ver si aclaramos esto, Sebastián. Ayer en clase pedí que dijeras una frase para analizar sintácticamente ¿no es así? –y mientras hablaba se fue acercando hasta quedar a quince centímetros de la cara del sospechoso.
— Si, señorita –contestó mirándola a los ojos con sobreactuada cara de ingenuo.
— ¿Y qué pasó? –preguntó ansiosa la mujer remarcando cada sílaba.
— Yo dije una frase –contestó mi hijo.
— ¡Si! pero ¿qué frase fue? –insistió ella con un grito.

Sebastián nos miró a los ojos a ambos, dijo por lo bajo: “eh… tanto nervio”, tomó la bolsa y con adolescente parsimonia la abrió. Sacó el portapúa del gramófono de Marechal y se lo puso en el bolsillo derecho del guardapolvo después de mostrármelo sonriendo, como haciéndome partícipe de la situación, luego sacó el ejemplar de Adán Buenos Ayres que yo no había encontrado en casa y expresó: “Voy a leer la frase que dije en clase, que es la última de este libro. La cito textualmente: Solemne, como pedo de inglés”.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

muy buen cuento, bien merecido el premio. soy un lector nuevo del blog, está muy interesante. A seguir así.
Enrique Ferré

Silvia Macario dijo...

Felicitaciones Horacio! jajaja! El problema es que las maestras no son muy afectas a leer contenidos extracurriculares. Yo creo que deberían aprovecharse estas frases de los grandes escritores para introducir a los chicos en la lectura .

maggie-sundborn.blogspot.com dijo...

Qué buen texto,el tuyo Horacio y qué divertida situación... Esto cuando en mis clases a veces me ocurre, la verdad que me hago cómplice completa del chico. Es la manera mejor de hacer sentir placer de la lectura o de la pintura o de lo que sea...Me encantó y cuiden de ese objeto que usó Marechal por favor !

duilio dijo...

jajj exelente!! tu cuento ...
saludos