La comarca justiciera

En aquella comarca no había cárcel. Las penas las decidía el pueblo según la gravedad del hecho. Tibelius, el mago, era quien se encargaba de realizar los conjuros necesarios para poner en práctica cada castigo.

Así fue como a Merco, el herrero, lo juzgaron cuando fue descubierto robando manzanas, y desde aquel día cuando acercaba la mano a cualquier fruta sus dedos se crispaban de tal manera que no podía siquiera pelarlas. Y cuando las comía le chorreaba jugo caliente de naranja sobre la cabeza.

Alejandrino, el pastor, que le pegó a su esposa e hijos cuando volvió de la taberna totalmente borracho también recibió su merecido, y a partir de allí siempre que quiso tomar alguna bebida alcohólica la misma se transformaba en leche agria.

Pero el castigo ejemplar le fue dado a El Kotur, político que se acercó al lugar y con su labia y sus mentiras logró engañar a todos. Pero fue descubierto y condenado. Desde ese momento siempre que hablaba se le escapaba algún sapo de la boca. Y lo peor para el mentiroso es que el conjuro no terminó ahí: los sapos volvían a ingresar a su cuerpo... aunque no precisamente por donde salieron... imaginen ustedes...
Y el político gritó de repugnancia y de dolor y mientras lo hacía se le escapaba otro sapo que volvía a entrar a su cuerpo y nuevamente el grito y el sapo que salía y volvía a entrar.

Hasta que murió los sapos continuaron sin interrupción su circuito justiciero.

1 comentario:

SANDRA PAPADOPULO dijo...

Esa es una verdadera justicia divina...