El penúltimo sueño

El sonido del despertador interrumpe el penúltimo sueño de mi noche. Mi bostezo retumba en la habitación, pega contra la biblioteca y vuelve, y su eco continúa unos segundos hasta aplastarse contra el piso que piso descalzo al ir al baño. Enseguida voy a calentar el agua para los mates de Angélica a la que mal acostubré hace años. El desayuno de los chicos lo dejo para después de esta ducha con agua bien caliente. Me seco, voy al living y por la ventana que da al este un amanecer rojo me acaricia el alma.

La pava me avisa que el agua ya está, la corro del fuego y le agrego a la yerba ese poquito de café que nos gusta, más la pizca mínima de azúcar necesaria para cortar el sabor amargo de la yerba misionera que estamos usando. Tomo una bandeja, pongo unas galletitas en una pequeña canasta que compramos en el Tigre y voy por el pasillo hacia el cuarto. El mate –pienso- es lo contrario de la televisión: te hace charlar si estás acompañado y te hace pensar cuando estás solo.


Angélica duerme de costado, como siempre. Se acurruca y pone las dos manos juntas sobre la almohada y encima de ellas, su mejilla. No abre los ojos hasta que la beso varias veces cerca de la oreja, con besos chiquitos como gotas. Se despereza lentamente mientras observo el contorno de su cuerpo bajo las cobijas. Me siento en la cama mientras ella toma dos almohadones del piso y los acomoda para sentarse cómoda. Luego recoge su pelo negro y me habla... pero no la escucho, me toma por el hombro y me sacude, me sacude bruscamente, me sacude pero no quiero escuchar, me patea y me empuja hasta que interrumpe el último sueño de mi noche.

El hombre dice a los gritos que me vaya, que no puedo dormir ahí, que va a llamar a la cana. Junto las frazadas y los cartones y camino hacia ningún lado. Pido una moneda (que no me da) al último transeúnte de la noche, mientras, involuntariamente, mi estómago me saluda.

Es agosto en Buenos Aires. Hace frío.

3 comentarios:

Martina Florez Zibecchi dijo...

Elegí este cuento por su nombre para comenzar con la lectura y realmente otra vez me sorprendiste, me inspiró mucha ternura.
Martina

Anónimo dijo...

Gracias por tu comentario Martina. Cariños para vos y tu familia. Horacio

Anónimo dijo...

Un relato de una gran belleza cotidiana, en dónde la ternura se pone de manifiesto en pequeñas cosas como "los besitos...". Sin golpes bajos, medido, certero, nos lleva a una realidad cruel, , que nos duele en el contraste, y que nos moviliza. Un final muy de Iannella, profundo e inesperado. Gachi